El Grito y el Silencio
Este año, el Grito de Independencia resonó en el balcón presidencial mientras en varias plazas del país reinaba el silencio: por seguridad, las celebraciones se cancelaron. El ritual del poder contrastando con la realidad del país.
Hace apenas unos días, en su primer informe, Claudia Sheinbaum afirmó con una sonrisa en el rostro que el desabasto de medicamentos estaba resuelto. Sabemos que no es así. En el Grito proclamó “¡Viva la democracia!”, pero cada día vemos más trabas. Y queda la pregunta: ¿por qué no incluyó un “¡Vivan las madres buscadoras!”?
La puesta en escena
Claudia apareció con un diseño morado de Thelma Islas —un guiño al feminismo, bordado artesanal, joyería discreta— y caminó entre candiles y espejos como una reina en su palacio. A su lado, Jesús María Tarriba parecía un invitado accidental: acompañaba a la presidenta, pero sin encontrar su lugar. Caminaron juntos, pero sin conexión. Ella, protagonista absoluta; él, figura incómoda en la escenografía del poder.
Al dar el Grito, Claudia fue Claudia: voz firme, gestos medidos, todo en orden… pero sin alma. Con los fuegos artificiales y la música, ella aplaudía y saludaba con entusiasmo; él, en cambio, parecía buscar la puerta de salida. Hay un momento revelador: ella le pide que salude y él levanta las manos con la incomodidad de quien cumple una penitencia.
La figura del “primer caballero”
En pleno siglo XXI cabe preguntarse qué sentido tiene esta figura. En Estados Unidos, la primera dama nació para equilibrar las visitas con reyes y reinas. En América Latina, muchas primeras damas pasaron después al escenario político con luz propia.
Era casi un manual no escrito: cuando un presidente perdía popularidad, se traía a la primera dama a escena con labores sociales para suavizar la imagen del poder.
Durante décadas, fueron “mujeres florero”: sonrisa, color, protocolo… pero sin voz. Beatriz Gutiérrez Müller rechazó ese papel, aunque la oficina y el presupuesto siguen ahí. Y si Jesús María Tarriba se siente tan incómodo, quizá sería mejor no exponerlo. La incomodidad, en cámara, se contagia.
Lo que queremos ver
Por años, los mexicanos mirábamos el Grito para ver el vestido de la primera dama… y, de paso, un poco de intimidad presidencial: ¿se toman de la mano? ¿se miran? ¿se sonríen?
Entre Claudia y Jesús María no hubo sintonía. Solo el ritual. Sin magia. Sin complicidad.
Al final
Claudia sigue siendo Claudia: racional, controlada, con expresión facial mínima, gestos medidos, postura firme, mirada estable que a veces parece distante, tono de voz plano y monocorde. Es difícil conectar con alguien así: al público le gusta ver emoción.
Cumplió con el protocolo. Fue institucional. Pero el poder, sin emoción, no siempre conecta.
Publicado en Opinión 51